Odio esta mirada triste
de ojos verdes huidizos
sin esperanza.
Si te vieras así,
no te reconocerías.
Tú, que llegaste entre las sombras,
sin pedir permiso,
cegando cualquier miedo.
Tú, que nos enseñaste
que tirar la toalla
nunca es una opción
si no es para relamernos
en el pecado.
Tú, que nos confesaste
que lo mejor de ser una pájara
no es el vuelo constante,
si no la libertad eterna.
Pero, a veces, para quererse
hay que odiarse un poco.
Esta mirada triste
de ojos verdes huidizos
sin esperanza, por ejemplo.